Son las 10:00 de la mañana del viernes 3 de abril, y Jesús está sentenciado a ser crucificado. En la ley judía no existía la crucifixión, y el mayor castigo que tenían, era la pena capital por lapidación o la horca. En cambio, los romanos sí ejercían la crucifixión para determinados delitos, principalmente para los rebeldes y traidores, por ser una amenaza para la paz y el orden social en el Imperio.
La pena de azotes era la inmediatamente inferior a la pena de muerte. Estos azotes debían administrarse por todo el cuerpo, desde la planta de los pies hasta la cabeza. Desnudaron a Jesús para prepararle a padecer aquella tortura. Trasladaron a Jesús al pretorio, donde empezaron a quitarle la ropa, y donde los verdugos empezaron a golpearle, y a rasgarle las vestiduras brutalmente. Fue allí, en el mismo pretorio, a la vista de todo el pueblo, donde sería azotado.
En este instante, Jesús recibe los primeros latigazos. Las leyes judías, «sólo» permitían un máximo de 39 latigazos, y como querían un castigo ejemplar contra Jesús, este trabajo pasó a manos de los romanos, donde no existían límites. El látigo que se empleó para golpearle fue el «flagrum» o «flagelum«.
El nombre de este látigo, ha derivado en lo que hoy conocemos como flagelación. Pero se emplearon varios instrumentos de tortura además del flagrum. También le azotaron con varas conforme a la costumbre romana, con el látigo, que tenía tres correas de cuero endurecido atadas a un palo corto, el vergajo, que eran varas verdes flexibles de árbol y la fusta, que eran correas de cuero. Pero el más empleado fue el flagelo, que era un látigo de correas guarnecido de bolitas de plomo, huesecillos cuadrados y agudas puntas de hierro llamadas escorpiones.
Fueron seis soldados romanos los encargados de alternarse para golpear el cuerpo de Jesús, de la forma más cruel posible. El tiempo que Jesús pasó en el pretorio, le asestaron tantos latigazos, que le ocasionaron casi 400 heridas diferentes, todo el cuerpo estaba ensangrentado y resquebrajado, excepto en las zonas donde se encontraban órganos vitales. Los textos, hablan de la crueldad de los soldados, y describen que pasado este suplicio, el cuerpo había quedado horrible y desagradable de ver; con tantas heridas, que su cuerpo parecía el de un leproso (Is 53, 2-4), y que desde la planta del pie hasta la cabeza había quedado todo golpeado, herido y sangrando (Is 1, 6).
Los ejecutores que llevaron a cabo el castigo, fueron los «lictores«. Estos expertos conocedores del cuerpo, poseían la precisión para golpear con la intensidad y en el lugar idóneo. Sus herramientas, eran el haz de varas, la virgae para el castigo y la securis para matar. Si no se controlaba demasiado bien el golpe, el instrumento y la localización del cuerpo, se podía llegar a morir como consecuencia de ello, ya sea por traumatismo, por las hemorragias o por lesiones internas e infecciones.
Si lo que allí estaba sucediendo debía ser realmente duro para alguien ajeno a Jesús, incluso para aquellos que le acusaron, el sentimiento que debían tener aquellas personas que sí le amaban como María y María Magdalena, tuvo que ser realmente indescriptible. Algunos textos, describen cómo quedó el cuerpo de Jesús al terminar el severo castigo. Su cuerpo fue azotado hasta las costillas, de modo que se le veían los huesos, y le desgarraron la carne. Estaba totalmente ensangrentado y despedazado, no quedaba en su cuerpo parte sana donde le pudiesen azotar ya más. La escena tenía que ser realmente imponente.
En el episodio anterior, vimos que Jesús sufrió en Getsemaní un brote de hematohidrosis, por lo que empezó a sudar sangre. En el momento de los latigazos, la sensación de dolor se debió multiplicar considerablemente, ya que las personas que sufren hematohidrosis, uno de los síntomas posteriores es que la piel, se encuentra en un estado hipersensible, así que en cada latigazo, Jesús debió soportar un dolor extremo, y recibió unos 100 latigazos.
Una vez le infligieron ese castigo inhumano, llevaron a Jesús a otra estancia llamada el atrio, en el interior del pretorio, e hicieron con él lo que se llamaba en aquel tiempo “el juego del rey”, que era un «juego» de azar practicado por niños y adultos. Este era un juego cruel, donde se le impuso a Jesús la corona de espinas.
En el atrio se congregaron entre 400 a 600 hombres donde le obligaron a sentarse sobre un banco de piedra. Su cuerpo totalmente ensangrentado y lleno de heridas, fue cubierto por una capa corta color grana. Su rostro, no fue golpeado por los látigos, pero sí estaba ya magullado por los puñetazos que le dieron los soldados romanos. En ese instante, le colocaron la corona de espinas con gran fuerza sobre su cabeza. Como Jesús era llamado Rey de los Judíos, esa corona hacía las veces de corona real, por lo que también le pusieron sobre su mano derecha una caña por cetro, siendo así objeto de mofa y escarnio público.
Los soldados romanos empezaron a gritar: ”Salve, Rey de los Judíos!», y le golpearon en la cabeza con una caña mientras le escupían, y se pusieron todos de rodillas mientras le hacían reverencias. Según las escrituras, una vez Jesús sufrió todo tipo de vejaciones, le volvieron a desnudar (Mateo 27:29). La práctica que los soldados hicieron con Jesús, estaba totalmente prohibida por la Ley Talia, grabada en el Lithostrotos.
En Juan 19:13, se señala que Poncio Pilato hizo salir a Jesús, y se sentó en el tribunal, en un lugar del Templo llamado Lithostrotos (en hebreo Gábbata). Lithostrotos designaba el pavimento enlozado o de mosaico que se encontraba en el tribunal, y se extendía hasta el pretorio. Muchas partes de ese pavimento, estaba decorado con mosaicos de diferentes temáticas, y uno de ellos hacía referencia al «Juego del Rey». Gábbata, deriva de una raíz que significa «espalda», o «elevación». Parece que los dos nombres, «Lithostrotos» y «Gábbata», se debían a diferentes características del lugar donde Pilato condenó a muerte a Jesús. Gábbata era el lugar de Jerusalén, donde Pilato tenía su tribunal, donde hizo que Jesús fuera traído, donde habría realizado su audiencia, y en presencia de la multitud judía, su formal y final sentencia de condenación.
En el siglo V, San Vicente de Lerins (monje galorromano y Padre de la Iglesia), escribió: «Le impusieron sobre su cabeza una corona de espinas que tenía forma de pileus, de manera que recubría y tocaba la cabeza por todas partes». La palabra “corona”, nos ha inducido a pensar siempre en un cerco de espinas en torno a la cabeza, tal como lo representan los crucifijos, pero la descripción de San Vicente de Lerins, nos informa claramente que se trataba de un casco sin alas (la forma de un pileus), que fue rellenado con afiladas púas, y se la impusieron de forma forzada a Jesús, con el consiguiente dolor que debió volver a soportar nuevamente.
Realmente, la descripción empleada por Marcos y Juan es: «Plexantes stephanon ex acanthon…epethekan epi tes kefales autou», lo que significa “Entretejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza.” Estas espinas, provenían de una planta local, y se entretejía alrededor de la cabeza horizontalmente de la frente a la nuca pasando por encima de las orejas.
En Jerusalén, abunda un arbusto espinoso llamado ziziphus, que se utilizaba principalmente para hacer hogueras. Tras la crucifixión de Jesús, a este arbusto se le empezó a llamar Spina Christi, y fue de aquí donde consiguieron extraer las espinas que colocaron en el interior del casco. La «corona» de espinas permanecería puesta hasta la crucifixión, así que Jesús la llevó puesta durante todo el trayecto que le condujo hacia el Gólgota.
No sólo Jesús fue objeto de mofa por parte de los legionarios romanos, sino que empezaron a golpear el casco con fuerza con la varas que portaban, para así encajarla aún más en el cuero cabelludo del reo, y a su vez, propiciar el mayor dolor posible. A estas alturas de castigo, Jesús llevaba a sus espaldas más de 100 latigazos que le destrozaron la piel en prácticamente todo el cuerpo, golpes en su rostro, y un casco lleno de espinas que le encajaron de forma brutal. Lo realmente increíble, es que con esas heridas aún permaneciera en pie y consciente.
Cuando dieron por terminado el castigo, fue cuando Pocio Pilato presentó a la multitud a Jesús, portando la corona de espinas y el manto color púrpura, Pilato dijo las palabras «Ecce Homo» (He aquí el hombre!!). Por este motivo, en el arte cristiano se denomina «Ecce Homo» a una tipología de representaciones de Jesús, en la que aparece semidesnudo y atado, torturado y dispuesto para la crucifixión.
En ese instante, levantaron a Jesús y le pusieron la cruz, para que la cargara hasta el monte donde iba a ser crucificado. En este punto, aclarar que a Jesús, lo que realmente le hicieron cargar fue el patíbulo. La cruz, está formada por dos maderos, el horizontal y más corto, y el vertical y más largo. A Jesús le hicieron cargar con el madero horizontal (patibulum), y no el vertical (Stipes). Y la cruz empleada, seguramente tenía forma de «T», conocida como cruz Tau.
El patibulum solía pesar entre 51 kg y 70 kg, y Jesús debió soportar esa carga durante 650 yardas, (594 metros), entre la fortaleza Antonia hasta el Gólgota. En el patibulum, se colocaba un letrero pequeño (llamado «titulus«), donde se inscribía el crimen y delito de la víctima. Seguramente fue este letrero clavado arriba de la cruz, la causa de que la cruz tuviera ese aspecto de «cruz latina» que todos han creído fue la forma original de la cruz. En la versión de los evangelios de Marcos y Lucas, se dice que en el letrero se podía leer: «El rey de los judíos». En el Evangelio de Mateo se dice que ponía: «Este es Jesús el rey de los judíos», y en el Evangelio de Juan se dice: «Jesús el Nazareno el rey de los judíos», que en latín es «Iesus Nazarenus Rex Iudæorum» (las siglas INRI típicas del arte cristiano).
El patibulum fue atado sobre sus hombros, y junto a Jesús, en el camino hacia el Gólgota, Jesús fue «escoltado» por dos ladrones y el equipo de ejecución de los soldados romanos dirigido por un centurión. Era común que los grupos de ejecución estuvieran compuestos de cuatro soldados y un centurión, y que estos pudieran reclamar los bienes de la víctima como parte de su salario (expollatio). La Biblia narra que, tras ser crucificado, los soldados se repartieron sus vestiduras.
En este instante empezó la famosa travesía por la Vía Dolorosa. La orografía de esa vía constaba de rampas de hasta un 25% de desnivel. Jesús, se tambaleaba y caía de forma reiterativa. La pérdida de sangre, las heridas en su piel, las espinas en su cabeza, la tortuosa vía y el peso del patíbulo, fue realmente un calvario insoportable, que de forma inexplicable Jesús pudo terminar. El patíbulo debía ser de una madera de pino o de olivo, dos árboles muy comunes en aquella zona, pero donde sus astillas eran muy comunes.
El madero que soportó Jesús, no estaba lijado ni barnizado, así que tras cada caída, con la piel y las terminaciones nerviosas al descubierto, las astillas se clavarían a su cuerpo, siendo nuevamente otra tortura más a su calvario. Jesús trataba de levantarse una y otra vez, pero cada vez le costaba más. Los soldados romanos temían que Jesús muriera antes de ser crucificado. El centurión, ansioso de continuar con la crucifixión, seleccionó a un fuerte y robusto hombre norteafricano que presenciaba como espectador la escena. esta persona era Simón de Cirene, para cargar la cruz.
El personaje del cirineo es realmente misterioso. Se trata de una persona que no debería estar allí. Simón pasaba por aquel lugar situado fuera de las murallas de la ciudad y próximo al montículo del Calvario. El hecho de llamarle «el cirineo», indica que debía proceder de esta región del Norte de Africa, aunque fuese judío. Estaba en Jerusalén de paso, seguramente en peregrinación por la Pascua, y en un instante, se vió portando la cruz de Jesús.
Simón de Cirene no estaba entre la gente que se agolpaba en las calles esperando el paso de Jesús, ni estaba entre los que le insultaba, escupía o tiraban objetos. Tampoco estaba entre aquella gente que quería verlo por devoción, tampoco estaba por el lado romano como parte de los soldados. Simón simplemente pasaba por allí, cuando los romanos le obligaron a ayudar a Jesús. Es posible, que incluso no supiera quién era la persona que portaba el patibulum y que tenía un aspecto tan castigado. Es muy posible, que Simón no quisiera verse involucrado en ese acto, ya que en la fecha que estaban, en Pascua, verse mezclado con esa persona podría hacerle impuro.
Simón se quedó mirando a Jesús, que en ese instante estaría arodillado intentado levantarse, coger las fuerzas suficientes para cargar el patibulum otro trecho. Y por un extraño motivo, Simón de Cirene arrimó su hombro al madero para aliviar del peso a Jesús. Este acto, ha pasado a la historia como que hay que cargar con la cruz de otra persona para comprenderle, para entender su dolor y sus circunstancias.
Simón de Cirene, acompañó a Jesús en su pasión, por este motivo, se llama al hecho de empatizar con alguien que está sufriendo y acompañarle en ese sufrimiento, con la palabra «compasión«. Gracias a la ayuda del cirineo, Jesús llegó al Gólgota, al final de su recorrido, lugar donde aún tendría que soportar un severo castigo y dolor.
Una vez en la colina del Gólgota, Jesús estaba totalmente roto por el castigo y débil por la pérdida de sangre constante, así que los soldados le ofrececieron de beber una especie de vino mezclado con mirra, una mezcla analgésica suave que rehúsa a tomar (Marcos 15:23). En el Antiguo Testamento, en Proverbios, se puede leer «Dad bebidas alcohólicas al que va a morir, y vino al amargado, para que así olviden sus miserias y no se acuerden de sus desgracias». Que Jesús rechazara ese vino, fue el gesto que ha provocado que esté prohibido beber alcohol en muchos círculos religiosos, contradiciendo al Antiguo Testamento que sí lo permite.
El verdadero motivo por el que Jesús rechazó el vino, lo encontramos en La Última Cena. Durante la cena, Jesús tomó una copa de vino y dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por muchos. Les aseguro que ya no volveré a beber del producto de la vid hasta que lo beba nuevamente en el Reino de Dios». Y efectivamente, no lo volvió a hacer.
Los soldados ordenaron a Simón poner la cruz en la tierra. Realmente lo que pusieron en la tierra fue el «Stipes», el madero vertical. Y una vez ya estaba colocado en el suelo, pusieron a Jesús sobre él, poniendo su espalda y hombros contra el madero. En este instante, procedieron a poner los clavos, que en contra de la mayoría de pinturas y creencias, no se realizó en las palmas de las manos, sino en las muñecas, exactamente entre el cúbito y el radio, aunque en un principio sí se intentó en las palmas.
Los soldados romanos, antes de intentarlo en las muñecas, probaron con las palmas de las manos, pero en el segundo intento, dañaron el nervio, lo que provocó que el dedo gordo se doblara hacia dentro. Si Jesús ya venía soportando desde la madrugada un gran castigo, esta lesión de ese nervio, tuvo que ser realmente doloroso, ya que dicho nervio está conectado con la columna vertebral, por lo que el dolor se extiende por todo el cuerpo con gran intensidad y rapidez.
El legionario encargado de la tarea, atravesó el cuerpo de Jesús con un clavo de sección cuadrada, perforando su piel y la madera.
El clavo atravesó el nervio mediano. Este nervio mayor quedó totalmente roto, por lo que el dolor que debió sentir fue inimaginable. Para hacernos una idea de lo que debió sentir, la sensación es parecida a si nos golpean el codo con un martillo repetidas veces. Pero a Jesús, el dolor le provenía de los nervios, por lo que aún se multiplicaría el dolor. Al romper el tendón y estar ya clavado por la muñecas, Jesús debió hacer un gran esfuerzo con todos los músculos de la espalda para poder respirar.
El dolor debió ser tan indescriptible, que se ha tenido que crear una palabra nueva para describir ese dolor, «excruciante» (que significa «de la cruz»), así que cuando decimos que un dolor es excruciante, es porque no hay nada más allá que pueda resultar más doloroso que lo que estamos sintiendo.
Una vez terminaron con las muñecas, se procedió a clavar los pies. El pie izquierdo fue presionado contra el pie derecho y con los dos pies extendidos, dedos abajo, atravesaron un clavo a través del arco de cada uno, dejando las rodillas flexionadas. El dolor ahora ya era extenuante e insoportable, un dolor que se transmitía desde los dedos hacia los brazos hasta terminar en el cerebro. Una vez terminado el proceso en ambas muñecas y en los pies, procedieron a levantar la parte horizontal (patibulum) en el lugar que le correspondía al borde del poste, junto con el título que rezaba: «Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos».
Y levantaron la cruz mostrando a Jesús al mundo. La posición en la cruz debió ser una tortura. Sus brazos fueron estirados 15 cm por lo que ambos hombros estarían dislocados.
Una vez que la persona crucificada cuelga en posición vertical, se puede afirmar que empieza una muerte lenta y agonizante por asfixia. Una persona crucificada, que no hubiera sido expuesta al severo castigo que le infligieron a Jesús, tardaría entre 3 o 4 días en morir en la cruz. Pero con Jesús, los tiempos no eran esos, ya que debía morir ese viernes 3 abril, ya que en Pascua nadie puede estar crucificado. Así que los soldados, lo único que tenían que vigilar era que Jesús sufriera lo máximo posible, alargar su agonía, y que muriera antes de las puesta de sol.
Lo que cualquiera de nosotros notaría estando crucificado, es que la presión ejercida en los músculos pone el pecho en la posición de inhalación. Esto significa que para poder exhalar, debemos apoyarnos en nuestros pies (los cuales se encuentras fijados por los clavos), para que la tensión de los músculos se alivie por un momento. Al hacerlo, el clavo va desgarrando el pie hasta que quede finalmente incrustado en los huesos tarsianos, y como necesitaríamos de todos nuestro cuerpo para realizar esa maniobra, a su vez nos iríamos desgarrando la espalda con el madero, y nuestra cabeza con la corona de espinas. Y esta sensación sería constante, porque necesitamos respirar para seguir vivos. Y esta agonía durante horas y horas.
Los brazos se fatigan rápidamente, enormes calambres pulsan sobre los músculos contrayéndolos en un dolor palpitante y persistente, lo que imposibilita y dificulta sobremanera empujarse hacia arriba. Colgando de los brazos, los músculos pectorales estás paralizados y los músculos intercostales están incapacitados para reaccionar. Puedes inhalar aire en los pulmones pero no puedes exhalarlo. Jesús lucharía por levantarse y obtener por lo menos una respiración leve. Finalmente se acumula bióxido de carbono en los pulmones y en las vías sanguíneas, que provocan un alivio momentáneo y una disminución de los calambres parcialmente.
Aquellos condenados por ladrones o cualquier otro delito que su pena fuera la crucifixión, se le ponía un madero en los pies para que los apoyaran (no se les clavaba), y si la persona duraba más de 3 días en la cruz, le rompían las rodillas a golpes, para que ya no pudiera apoyarse en condiciones y así le costara más respirar, por lo que conseguían que muriera más rápidamente. Este proceso continuaba hasta que la persona ya no pudiera empujarse hacia arriba para respirar, por lo que moría por asfixia.
En este punto, fue cuando intentaron dar a Jesús de beber por segunda vez. Los soldados dieron a beber a Jesús de una vasija llena de vinagre. Sujetaron una esponja a una rama de hisopo empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Esta bebida, hecha de miel, claras de huevo y esencias de diferentes hierbas, servía para que las heridas dolieran aún más y apurar la muerte del reo. Por este motivo estaba ahí, para hacer que los que estaban crucificados muerieran más rápidamente, no era una bebida consoladora que apaciguara el sufrimiento. Cuando alzan la rama hacia la boca de Jesús, vuelve a despreciarlo.
Jesús, a medida que le costaba cada vez más respirar, debido al agotamiento físico, las heridas, la pérdida de sangre, ya sin fuerzas… entró en un estado de acidosis respiratoria, donde el CO2 (dióxido de carbono) de la sangre, se disuelve como H2CO3 (ácido carbónico), lo que significa un aumento de la acidez de la sangre. Así que Jesús empezó a tener un pulso irregular, a que su corazón no empezara a latir correctamente, y empezara a tener taquicardias.
En ese punto, muchos factores influyeron en su muete. La disminución de la volemia por la abundante pérdida de sangre, aumentaron la disnea (dificultad respiratoria) que comenzó la noche anterior en Getsemaní. Esta disnea aumentó con los latigazos que afectaron y dañaron diversos órganos. Una hipercapnia (aumento de la presión parcial de dióxido de carbono), muy severa le sobrevino. La hipotensión arterial, acrecentada por la desnutrición y la pérdida constante de líquido corporal y de sangre, le dejaron sin fuerzas. Además, todo el dolor que soportó, se vio incrementado por la hematohidrosis de la noche anterior, que incrementó considerablemente el dolor sobre la dermis y la epidermis. Con estos parámetros clínicos, lo realmente increíble es que Jesús hubiera llegado hasta el final.
Jesús ya era consciente que le quedaba muy poco tiempo, que su cuerpo ya no resistiría más, que todo había terminado. En ese instante dijo: «אבא לידיים שלך מביא רוחי» (en arameo), en latín «Pater in manus tuas commendo spiritum meum» (Lucas, 23:46), que significa «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu«, conocido como el «Septem Verba» (La séptima frase de las Siete que pronunció Jesús en la cruz). Esta es la última frase que Jesús pronunció en vida, y se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual, lo que se conoce como las postrimerías. Existen cuatro postrimerías que son: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
En ese instante, Jesús murió a consecuencia de un fallo cardíaco, debido a la acumulación de fluido en la membrana que rodea al corazón, llamada efusión pericárdica, al igual que alrededor de los pulmones, llamada efusión pleural.
El Sol empezaba a ponerse, estaba a punto de comenzar el Sabbath, de comenzar la Pascua. La manera común de terminar una crucifixión era la «crucifractura«, por lo que se procedió a terminar con la agonía de los dos ladrones que le acompañaron en el Gólgota. Las piernas de los dos ladrones fueron rotas, para acelerar su muerte. Cuando llegaron a la altura de Jesús, vieron que Jesús había muerto, pero para cerciorarse, un soldado le clavó una lanza que atravesó el pulmón derecho y penetró en el corazón. Cuando retiró la lanza, emanó un fluido claro como el agua, que eran los fluidos que rodeaban pulmones y corazón y que le causaron el fallo cardíaco y respiratorio, seguido de gran cantidad de sangre. Eran las 16:00 horas del viernes 3 de abril. Jesús había muerto.
Para que el día de reposo no fuera profanado, los judíos solicitaron a los romanos, que Jesús fuera bajado de la cruz. Una vez en tierra, lo llevaron a un sepulcro que pertenecía a José de Arimatea, la única persona que le defendió en la Casa de Anás y Caifás, de todos los delitos que le imputaron y de la mentira y farsa que allí se estaba gestando.
A los tres días, Jesús ya no estaba. Pero eso es otra historia.
Jesús nació y vivió como cualquier otro ser humano, pero su muerte no fue de este mundo, y sólo alguien con una fe tan fuerte pudo soportar el castigo que le infligieron. Jesús era un hombre como cualquier otro hombre, pero su muerte lo acercó a Dios como ningún otro. Jesús amó como aman los seres humanos cuando no están impregnados de maldad, pero su muerte llevó la palabra «amar» más allá de nuestras fronteras. Jesús dejó de respirar y murió como muchos hombres lo hicieron, pero ninguno con la capacidad de perdón que él mantuvo hasta su muerte.
La figura de Jesús está muy por encima de la iglesia, la cual no representa en nada lo que él representó. Esto me hace creer que no era de este mundo en muchos aspectos, que su vida real es mucho más misteriosa y divina que las mentiras que inculca la iglesia, sin darse cuenta que el Jesús real, el que intentan ocultar a todos, se asemeja más a un Dios que el Jesús de los milagros y la resurreción.
Jesús no fue el Mesías profetizado, ni tampoco nació de una virgen, ni fue enseñado por Dios, ni hacía milagros… y la muerte a la que se enfrentó, jamás podría haber sido profetizada, ni enseñada a soportar, ni a hacer un milagro para aliviarla. Fue en ese preciso instante, cuando Jesús se convirtió en el Mesías, en Hijo de Dios y en Rey de Reyes. Si Jesús hubiera muerto de otra manera, la historia no sería la misma.